lunes, 6 de octubre de 2008

Manifiesto contra los snobs



I Love Rimbaud
Por Adrián Soto



¿Les ha pasado alguna vez que el gusto que sienten por algo se ve minimizado cuando se dan cuenta las reacciones de otras personas, individuos superficiales que antes de leerlos, digerirlos o comprenderlos se ponen playeras de Derrida, de Kafka, de Borges? Esos individuos son a los que yo llamo “snobs literarios”, personas que no pueden pensar por sí mismas y necesitan hacerse de un discurso ajeno (más allá del precepto me di que justificaba fundamentarse en las obras de los antiguos, pues ahí se sugerían ideas propias, aquí no), individuos sin profundidad que tratan a las grandes alturas del pensamiento humano como fetiches, adornos, mero ornamento y aquello que para otros es expresión del alma o construcción estética o filosófica, para ellos no es más que la ratificación de sí mismos, de su patética y triste existencia.
Debido a su falta de autocrítica sus mentes están vacías, mientras tanto fundamentan sus gustos en denigrar a los otros, así si su interlocutor no ha leído tal libro, es ese el primero que elegirán. Desean con sumo fervor hacerse de una plebe, un círculo de individuos de escaso nivel intelectual que los sigan a todas partes, los adoren, y siempre les den la razón. Así, si intempestivamente (lo que es común) se les presenta un contradiscurso que anule sus ideas absurdas (que por cierto, no son suyas), a la primera oportunidad esgrimen un nombre, un autor, el cual, si no lo hemos leído imposibilita el diálogo.
Algunos de ellos incluso tienen la desfachatez de creer, con sumo placer, que sus intelectos pueden ser omniabarcantes y se dedican a otras áreas distintas a la literatura (como la abogacía o la psicología), pues tienen que sobrevivir, compran obras de Dostoievsky para analizarlas como Freud o para lucirlas en las salas de sus bufetes, tienen una visión de lego, pues carecen de una instrucción formal, pero creen poder hablar de literatura sin saber cómo no pueden hablar de música, arquitectura o pintura sin conocer algo de técnica.
Pero la miopía del snob literario es mucho más amplia, pues si leen algún artículo de Baudelaire o de Cervantes que se refiere a ellos mismos, nunca, pero nunca (no me mientan: los he visto con estos ojos) se sentirán aludidos, e incluso aplaudirán a aquellos autores que los están ofendiendo, como un público al que se le escupe y se le insulta y éste se para de su asiento y aplaude (¿les recuerda a una obra de Handke?)
Todos tenemos algo de snobs, pero sólo un individuo dedicado, incisivo, sin personalidad y profundamente ensimismado en su simple hobby de oficinista puede ser un snob literario, un eterno aspirante de excrecencias.

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